Cintia Martínez Velasco – #MiPrimerAcoso, la agencia de las palabras y lo inefable de sus efectos

Apuntes para una genealogía del resurgimiento del feminismo en México

Por Cintia Martínez Velasco

 

El sábado 23 de abril de 2016 más de 100 mil cuerpos feminizados en México y otros países de América Latina como Argentina, Chile y Colombia, compartieron en redes sociales sus experiencias de hostigamiento sexual en el hashtag #MiPrimerAcoso. Este evento fue en gran medida antecedente directo de otros fenómenos en cascada como la marcha Viva nos queremos que tuvo lugar el 24 de abril del 2016 en 27 estados del país, en donde miles de mujeres salieron a la calle para protestar en contra de las violencias machistas. A lo anterior, siguieron denuncias en diversas universidades: fue sorpresivo el desfile de los nombres de profesores, identificados por asambleas locales como misóginos y acosadores. También el teatro Enrique Lizardi en la Ciudad de México fue tomado por gritos, tamborazos y un coro que decía “Felipe Olivia, violador”. Las semanas posteriores el suceso, las denuncias penales aumentaron, alumnas y actrices decidieron tomar acciones en contra de este personaje titular de Nosotros hacemos teatro.

Eventos como los anteriores se replicaron en diversas ciudades del país. Recordemos las más recientes marchas del pasado 19 de octubre y 25 de noviembre. Acciones admiradas, repudiadas, faltas de tacto para muchos. Lo cierto es que han puesto en la mesa un tema que antes pasaba por menor: la violencia hacia las mujeres y hacia los cuerpos feminizados. Se ha rescatado la palabra feminismo del cajón de los conceptos anacrónicos. Los meses han pasado y hay algo de reconocerse: nuestra percepción, el modo en que ahora se reciben noticias relacionadas con la violencia de género, no es la misma que antes de todos estos eventos.[1] Propongo abrir hipótesis sobre la genealogía de este surgimiento feminista tomando como protagonista el hashtag #MiPrimerAcoso en donde 78 mil mujeres y hombres (mujeres 93% y hombres 7%) contaron sus historias de acoso sexual. El análisis de información ha dejado ver que, en promedio, el primer acoso para el 59% de los casos fue vivido entre los 6 y 10 años y que 9 de cada 10 de los agresores fueron hombres. [2] De la mano de reflexiones filosóficas sobre el lenguaje y su capacidad de hacer cosas en el mundo, quiero sostener que este “poner en palabras” el acoso ha sido factor decisivo para el resurgimiento de nuevas movilizaciones en contra de la violencia que están lejos de ser la panacea. Pero, veo importante recuperar las ganancias de lo acontecido en los últimos meses, con todo y sus momentos de incertidumbre, de falta de control, de exceso de control -a falta de un sujeto calculador detrás de una teleología del “Movimiento”.

 

Antecedentes, una breve historia de algunas expresiones del feminismo en México

 

#MiPrimerAcoso fue una experiencia común en muchos países de América latina, sus efectos pueden comprenderse mejor si hacemos un recorrido breve por la historia de los registros que se tienen del feminismo en México. Desafortunadamente, todavía se carece de información que agote la diversidad y radicalidad de muchas de las movilizaciones en esta materia, contamos con una historia bastante sesgada por la historia del feminismo mundial, especialmente la dictada por de países del llamado Primer Mundo. Hago énfasis en que queda pendiente una labor de recuperación histórica a contrapelo de aquellas organizaciones protagonizadas por mujeres  (lesbianas, transexuales, heterosexuales) que todavía no se han visibilizado.

El feminismo comienza a cobrar demandas concretas después de la Revolución Mexicana a principios del siglo XX; para ser más precisos, es con el constitucionalismo posterior a la Revolución que empieza a resonar la demanda del sufragio femenino y la participación de la mujer en la vida social. Hermelinda Galindo fue una de sus grandes impulsoras al circular revistas como La mujer moderna. Semanario ilustrado (1915-1918). Los años veinte vieron surgir el Consejo Feminista Mexicano, organización eminentemente política, comunista y marxista. Para la década de los treinta, el feminismo entró en desuso al asociarse con intereses burgueses, a la par que proliferaron diversas organizaciones políticas confirmadas por mujeres que no se reconocían feministas. El siguiente momento importante fue en 1953 cuando el sufragio femenino fue autorizado como símbolo de modernidad. Después de ese periodo, el movimiento de liberación de la mujer permaneció en latencia hasta principios de los años setenta cuando, a raíz del movimiento estudiantil del 68, se revivió el interés por el feminismo. Este resurgimiento tuvo, al igual que en diversas partes del mundo, un enfoque particular: el cuestionamiento a la igualdad jurídica. Se reconoció que lograr igualdad jurídica no fue suficiente para frenar la discriminación de las mujeres en un terreno público y privado. En su lugar, proliferaron preguntas por la vida cotidiana, la moral sexual y el trabajo doméstico. Esa época se caracterizó por evidenciar el vínculo entre lo personal y lo político desde diversas experiencias –especialmente, en el terreno de la sexualidad, se formaron muchos grupos de autoconciencia interesados en la reflexión sobre la dimensión política y social de las historias personales-. A propósito de la Conferencia Mundial de la Mujer que tuvo lugar en la Ciudad de México en 1975, varias disposiciones discriminatorias en el Código Civil de 1928 fueron derogadas, entre ellas: aquellas que exigían el permiso escrito del marido de la mujer casada que quisiera elegir un empleo remunerado. A partir de esos años, las líneas políticas del feminismo fueron principalmente: un interés por pensar la maternidad voluntaria, la despenalización del aborto, la lucha contra la violencia sexual y la reivindicación de la libre expresión sexual. El feminismo tomó fuerza en el periodo entre 1976-1982, años en los que dos publicaciones fueron indispensables: la Revista fem, publicación trimestral (1976) y la Doble jornada (1987) Suplemento mensual de la Jornada, periódico nacional de izquierda. En esa época, el protagonismo del movimiento fue tomado por mujeres de clase media con altos niveles de educación formal. En esa misma década se desplegaron los estudios feministas en la academia y se formaron instancias específicas, dos publicaciones fueron indispensables: Debate feminista (1990) y La ventana (1995). La influencia del feminismo se pudo ver en organizaciones políticas como el EZLN (1994) que emitió la Ley Revolucionaria de Mujeres y pugnó por la libertad de las mujeres para decidir el número de hijos y para elegir a su pareja.

Los años ochenta se caracterizaron por una proliferación de ONG´s financiadas internacionalmente, lo que permitió una labor constante en campos como la academia, la salud y la defensa de los derechos reproductivos. Francesca Gargallo, en Ideas feministas latinoamericanas reconoce que en los años ochenta el afianzamiento del capitalismo global feminizó de modos dramáticos la pobreza. Las consecuencias de lo anterior oscilaron entre alguna de las siguientes tres opciones: a) la multiplicación de las organizaciones sociales  de clases bajas que no se identificaron con el feminismo (campesinas, pescadoras, obreras, etc.), b) el surgimiento de una serie de especialistas en asuntos femeninos, las así llamadas tecnócratas del género con fuertes énfasis en el tema del liderazgo y c) sectores pequeños de mujeres que empezaron a obtener ganancias nunca antes concebidas. En común, podemos ver en esta década el resguardo de la vida cotidiana como un terreno independiente e incuestionado, dejaron de debatirse asuntos concernientes al tema de la familia, la vida doméstica y los afectos. A la par, se perdió el análisis económico y político de la realidad y quedó como única prioridad la política de la identidad. Una ruptura importante para todo el feminismo latinoamericano tuvo lugar en 1993 en el VI Encuentro Latinoamericano del Caribe de Costa del Sol en El Salvador. Ahí se cuestionaron los efectos del capitalismo global, particularmente se cuestionó el rumbo tomado por el feminismo institucional: su falta de interés por la economía política mundial que lo financia. El feminismo autónomo que derivó de estas preguntas se volvió un espacio para aquellas mujeres interesadas en cuestionar la institucionalización y establecer vínculos con movimientos sociales.

A grandes rasgos, ese es el panorama antecedente de los eventos que me interesa pensar. Escribo como estudiante que comenzó los estudios universitarios en el 2003. Para esa fecha el feminismo era una palabra más obsoleta que prohibida. Mi experiencia personal fue la de tener presente la existencia de instancias como el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG)[3] o el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES)[4] , pero de no percibir en la vida cotidiana igualdad entre hombres y mujeres, ni una condena clara en contra del acoso, por ejemplo. Para ese entonces, en un colegio como el de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México imperaba un claro entusiasmo en el Zapatismo (EZLN) y por los gobiernos de izquierda en América Latina; esto opacó cualquier intención de hablar de la creciente violencia en contra de los cuerpos femeninos asesinados en las maquilas de Ciudad Juárez. No interpreto esto como mera casualidad, los asuntos femeninos en un país machista como México siempre han sido asuntos baladí.

Desde el año pasado el feminismo se ha vuelto una incomodidad, algo que siempre que aparece necesita ser urgentemente criticado, no sólo en los pasillos universitarios, también en redes, en medios de comunicación masiva, en las calles, hasta en las sobremesas familiares. ¿Cuál es la genealogía de está reaparición?  Pienso particularmente en su relación con el tema del acoso sexual, tema no suficientemente explorado en el feminismo en México porque si bien en los años setenta, la vida privada y la violencia sexual fueron centrales, después fueron opacadas por el institucionalismo y el academicismo. Mi pregunta es ¿cómo explicar la vuelta de esas problemáticas realmente incómodas al estar vinculadas con el acoso sexual?

 

Lenguaje agente, hacer cosas en el mundo

 

Busco dar una explicación filosófica sobre la función del lenguaje como clave para entender las posibilidades de circulaciones lingüísticas posibilitadas por un hashtag. En medio de esta coyuntura, me interesa poner en primer plano la función del lenguaje como agencia en el caso particular de #MiPrimerAcoso. Para ello usaré algunas ideas del libro de Judith Butler Excitable Speech que plantea, entre otras cosas, dos capacidades del lenguaje: la violencia de la injuria, y su opuesto, la fuerza de su inefabilidad. Defino brevemente la injuria como el acto de hacer daño con palabras porque ahí se identifica, a una o varias personas, con términos que las descalifican. Y su opuesto, ese momento de inefabilidad en el que las palabras son usadas de modos nuevos, abren mundo y crean efectos inesperados, inapresables.

Para explicar ese momento en el que el lenguaje se vuelva fuerza y alcanza lo que ella llama inefable, Butler acude a una parábola dada por la escritora Toni Morrison, premio Nobel de literatura. En la conferencia dictada para recibir la presea, Morrison narra la historia de unos niños en un juego cruel. Ellos piden a una mujer ciega responder si el pájaro que guardan en sus manos está vivo o muerto, a lo que la ciega responde: “No sé […] lo que sé es que está en tus manos.”[5] Morrison se identifica con esa mujer ciega. La relación con el pájaro es un símil de las alternativas que la escritura tiene para relacionarse con el lenguaje. La pregunta que le hacen los niños “¿está vivo o muerto?” ilustra un riesgo, la susceptibilidad que tiene el ave de perder la vida. La escritora nos acerca a una visión del lenguaje como sistema repetitivo y al mismo tiempo como algo susceptible de vida. Es repetitivo, en la mayoría de los casos, cuando toma los significados de la herencia legada por la convención social y reitera sus sentidos. En la injuria, por ejemplo, las palabras de siempre, al identificarse con personas, conservan sus usos, no son resignificadas, cierran un mundo de sentidos, en tanto no añaden nada al mismo mundo de siempre. Por el contrario, la vitalidad o agencia del lenguaje consiste en una dinámica peculiar porque a pesar de que las mismas palabras de la convención social son usadas, éstas consiguen efectos otros. Las consecuencias de estos nuevos usos de las mismas palabras tienen alcances impredecibles o inefables.

Hay una tendencia a pensar que no es correcto atribuir agencia al lenguaje, que sólo los sujetos hacen cosas con palabras y que esta agencia tiene sus orígenes en un sujeto de voluntad que con plena decisión y completa convicción hace cosas en el mundo, calculando la consecuencia de sus palabras. Sin embargo, la parábola de Butler/Morrison nos lleva más allá de lo que dicha tendencia explora. La autora está ciega y reconoce una agencia en el lenguaje ajena al voluntarismo, incluso en la escritura experimentada. Al negarse a responder a la pregunta, la mujer distrae la atención sobre el ejercicio al que está sometida para hacer énfasis en el instrumento con el que ese poder se está ejerciendo: las manos que sujetan al pájaro. Con este gesto señala el espacio de agencia que es posible dentro del lenguaje, más allá del sujeto. Lo que apunta que el lenguaje tiene dos rasgos, es un instrumento y algo más. Ese algo más, esa función extra, consiste en hacer cosas con palabras, en que los actos de habla de las palabras producen efectos inapresables. Escribir es en cierta medida estar ciego, “lenguaje es el nombre de lo que hacemos, al mismo tiempo que lo que hacemos” es a la vez el acto de hablar/escribir de consecuencias imprevisibles. En este sentido, la agencia de la que habla Morrison es opuesta al dominio, es en palabras de la autora “quizá la medida de nuestras palabras”.

“Se me fue la mano, es que yo no la quería matar”, cuenta Austraberto para quien se trataba de una paliza más, según narra el Informe de la que fue subprocuradora del Estado de México, Ciani Italy Sotomayor. Nos basta con usar la parábola de Morrison para pensar un contexto de violencia en la que los cuerpos femeninos y feminizados un mal día sucumben ante los los golpes cotidianos. Se queda corto un análisis sobre el lenguaje y sobre un hashtag como #MiPrimerAcoso en un país en el que “La mayoría de las víctimas han denunciado antes la violencia de sus parejas, pero las autoridades les dicen que vuelvan a casa con su marido.”[6]

Denunciar este tipo de violencia, sin embargo, es un asunto especialmente complejo. Es difícil deslindarse de la posición de culpable en una cultura configurada para hacer “evidente” que son las mujeres aquellos objetos de deseo que provocan los acosos. Por tanto, salir de esa auto imagen culposa/provocativa es ya un acto subversivo. Es en gran medida adquirir una posición de persona. #MiPrimerAcoso: “Tenía 7 años. Iba caminando con mi nana cuando un cerdo en bicicleta le agarró las nalgas. Ella se limitó a decir: así son los hombres no hay nada que hacer. Cinco años después me pasó lo mismo. Me sentí mal, sucia, pero no hice nada ni le conté a nadie: ya me habían dicho que no hay nada que hacer.” Como prueba de lo difícil que es dar el anterior salto tenemos la cantidad de veces, antes del hashtag, en que una situación similar se repitió y estas historias fueron guardadas como secretos personales de las mujeres que las vivieron. Salir del olvido y su función de autodefensa tiene valor por sí mismo.

Segundo, hay pocos lugares socialmente correctos para hablar del tema, para elaborarlo. Usualmente estas denuncias son dichas a oídos sordos por “ser asuntos de poca importancia”. En todos aquellos casos en los que las autoridades o los testigos responden cosas como “vuelva a casa con su marido” o “eso siempre pasa”, hay una re-victimización porque las palabras de la víctimas pierden efecto.  En términos de la parábola de Butler/Morrison el pájaro muere, es decir, las palabras mueren al no permitir que pasen otras cosas. Encapsulan hechos, pierden su fuerza. Para decirlo de otro modo, la víctima, cuya expresión es llevada por el viento, es re-victimizada porque en ese momento surge otra violencia: la irrelevancia de su denuncia. De ahí la importancia del hashtag. El modo en que se configuró la palabra en este espacio le permitió a estas denunciantes encontrar oídos atentos: el oído de aquellas que habían vivido cosas similares.

A diferencia de los crímenes por narcotráfico, en donde los cuerpos masacrados en su mayoría son masculinos, los feminicidios se caracterizan por su ensañamiento, lo importante en ellos es el dolor involucrado y la prolongación del mismo. Las víctimas son golpeadas, ahorcadas, estranguladas, ahogadas, quemadas y lesionadas con objetos punzocortantes. Además, sus cuerpos desnudos con marcas de violencia aparecen tirados en basureros, en ríos de aguas negras y numerosas escenas que completan el espectáculo de miedo y dominio que se pretende con esas muertes.

Pareciera que el sistema machista se alió con la violencia paraestatal característica de lo que Rita Laura Segato llama “Segunda realidad”o “Segundo estado”[7] y su conservadurismo es inquebrantable. Es por esa razón que vemos un buen momento para iluminar las pequeñas grietas en donde esas lógicas se quiebran y decir por qué reparar en el tema del lenguaje una vía.

Volvamos a la parábola del pájaro. La vitalidad de las palabras reside en la decisión de los niños que tienen el pájaro en mano. Dejar al ave vivir o no dependerá de cómo sea tomado el lenguaje por los niños y qué decidan hacer con él. Porque si el ave está viva, bastará cerrar la mano para matar al pájaro. La frase “está en tus manos” señala ese espacio de indeterminación y agencia que está en los dedos y las palmas de aquellos niños. El lenguaje como agencia está aquí presente porque se diferencia de sus usos conservadores que reiteran significados, costumbres, normalizaciones y posiciones de subjetividad. Morrison se refiere con esto a la centralidad que tiene el uso del lenguaje y brinda luz sobre lo que Butler considera como lenguaje vivo: se trata de aquel que se niega a encapsular o a capturar los hechos y las vidas que describe. En El cuerpo en dolor Elaine Scarry piensa en un caso límite, aquel en el que el dolor ha hecho añicos la capacidad de ser expresado. Este caso es la tortura como experiencia de desbaratamiento y pérdida de la representabilidad del lenguaje. #MiPrimerAcoso: “Un día para las fiestas patrias en casa de una tía me topé con mi tío saliendo del baño, no me dejaba pasar, me arrinconó, me dijo que le diera de eso (tocando mis partes íntimas). Le dije NO con mucha angustia y me dijo que para eso era la plata que me daba. Él se fue y no me atreví a visitarlo, ni mucho menos a contarle a mi mamá. No puedo, es como si las palabras no me salieran. Espero que yo sea la única”, dice Amanda de 28 años. En contraste con la tortura de la que habla Scarry, el dolor de Amanda no eliminó su capacidad de expresión. Sin embargo, ese dolor no salió por sí mismo. Creo que si esta vez pudieron surgir palabras es porque Amanda lee con sorpresa en las anécdotas que circularon en el hashtag que no era la única.

#MiPrimerAcoso: “Fue cuando tenía 12 años mi papá salió de la cárcel y me violó en repetidas ocasiones, me quitó la virginidad, pero no se lo he contado a nadie jamás…Quizás es porque con todas mis fuerzas, no quiero aceptarlo”, dice Angélica para quien la amnesia se transformó en confesión. En casos como este, de suma violencia, pienso que el lenguaje adquiere capacidad de rescatar las vidas bloqueadas, y ahí reside su inefabilidad. Desocultar aquí una experiencia como ésta, confesarla, es cambiar de posición al sujeto que enuncia. Angélica es otra en el momento en que cuenta a los demás esas experiencias.

Hay un elemento que creo nos puede ayudar a entender lo anterior. Me refiero al papel que han tenido las redes sociales en fenómenos como el que aquí nos ocupa. Hay una modificación de la subjetividad, patente en las últimas décadas, cuya condición de posibilidad es la revolución web 2.0. Paula Sibilia nos dice al respecto: “estos medios son aquellos que han permitido el desplazamiento del eje en torno del cual nos constituimos como sujetos. El eje que estaba dentro de uno mismo se desplaza hacia lo visible […] lo que se ve de lo que somos, todo lo que se ve pasa a definirlo que uno es”.[8]  Hemos dejado para la autora de ser seres confinados a las paredes de los espacios privados que recurrían a la escritura en soledad para reconocer aquello que eran. Ahora nuestras identidades se juegan en lo que mostramos al afuera. Si le concedemos este cambio de paradigma en la construcción de la subjetividad, hace más sentido que un hashtag pueda volverse herramienta para nuevos tipos de alianzas. Si la subjetividad, según esta propuesta, se crea ahora en lo visible, esto nos permite entender por qué las posiciones de las involucradas comienzan a cambiar en el momento en que éstas escriben narraciones. Ahí comienza un reconocimiento, con el afuera. Esto es lo que ha facilitado que todas las escritoras del hashtag se hayan reconocido en un juego de miradas especulares, como parte de un mismo problema: el acoso. [9]

Quizá lo sucedido con #MiPrimerAcoso habrá decepcionado a un lector esperanzado en “los grandes y visibles eventos”. Tal postura me parece un resabio de la política que aspira a las Revoluciones (con mayúscula) en su versión masculinizante. Tampoco me consuela la micropolítica consumida en el aislamiento, que se pierde en la fugacidad del instante. Veo este evento como un logro ganado por el acto de poner en palabras, mismo que abrió lugar para acciones por venir. Sin embargo, el lenguaje en este hashtag actuó como el ave viva de la que hablaba Morrison y Butler. Su vitalidad consistió en permitir la socialización de la violencia a través de la lectura compartida de miles de testimonios. El lenguaje vivo que vemos en #MiPrimerAcoso no aparece como la promesa de la política en su sentido monumental, sino como un detonador de procesos pequeños. No nos interesan las opiniones celebratorias. También debo mencionar, como participante de algunas movilizaciones posteriores al hashtag, que lo acontecido desencadenó episodios depresivos, ansiosos y crisis severas. Muchos sucesos salieron de control. Si tenemos que hablar de una política corporal posterior al hashtag, puedo decir que ésta fue un proceso de superación colectiva de fuertes momentos insostenibles. “Vine a la asamblea gracias a los ansiolíticos, no podía moverme desde la mañana, tuve fuertes pensamientos de suicidio después de haber leído tantos twits sobre abuso sexual. Volví con ellos a mi infancia y no puedo con esto” fue una de las frases que compartió una compañera que asistía a las asambleas posteriores a la marcha de abril. Ansiedad desmedida, enojo, tristeza, la sensación de no saber qué hacer con tantas emociones. En la mayoría de los casos dichas crisis fueron motor potente para las involucradas. Un enojo colectivo que si no se volvía alguna acción específica corría el riesgo de volverse dañino. También supimos de casos en los que el aislamiento y la depresión ganó. Las que lograron salir a la calle, o a los espacios colectivos, organizaron espacios de intimidad: primero para hablar de las emociones, después para hacer acciones colectivas como impartir talleres de empoderamiento, encuentros de poesía, talleres de desprincesamiento, escraches a personajes particulares.[10]  Incluso se organizó un Encuentro Nacional para pensar agenda específica.

Escribir mi primer acoso fue un acto de habla interesante políticamente porque se hizo un recuento de las historias que sabíamos que nos rodeaban pero que permanecían en secreto. La prueba de ello es la cantidad de fenómenos posteriores a ese ejercicio escritural. Por ello no coincido con quienes vieron en él un acto de victimización. El espacio de victimización de la violencia sexual se juega en experiencias como el anonimato. Creo que la denuncia con nombre y apellidos, en colectivo, contiene mucho potencial político como acto de habla. Veo ahí la agencia del lenguaje que apunta a aquello que llamó Butler, lo inefable.

La denuncia en el hasthtag no adquirió (en la mayoría de los casos un sentido jurídico, cierto) pero adquirió otro que nos parece más importante: tocar los imaginarios sociales. De ahí que se derivaran otras acciones. El hashtag en este caso permitió la socialización de la palabra. Socializar, hacer público lo “íntimo”, lo familiar, lo que no traspasa las paredes del hogar, es de inmediato desindividualizar el daño, una politización de lo íntimo. Vemos ahí un fenómeno importante, politizar lo íntimo en este caso es cuestionar la normalización. Difícilmente lo anterior se hace en soledad, se trata de un proceso que creo es más lento si se trabaja en el diván del psicoanalista. Cobra importancia la solidaridad afectiva que se da en estos sucesos. En un mundo que fomenta la rivalidad femenina, ésta es una ganancia.

Por múltiples razones el feminismo de las últimas décadas perdió presencia en la vida cotidiana. Lo logrado en la época posterior al movimiento estudiantil que pugnaba por hacer público lo privado ha sido re-explorado a propósito de #MiPrimerAcoso. Esta es una oportunidad para retomar fortalezas ya antes transitadas en la historia del feminismo de este país.

 

Bibliografía

 

Butler, Judith, Excitable Speech, A Politics of Performative, Routledge, NY, 1997.

 

Cano, Gabriela, “Más de un siglo de feminismo en México”, en Debate feminista: sujetos e identidades, Programa Universitario de Estudios de Género, UNAM, México, 1996.

 

Dillon, Marta, “Subjetividad y nuevas tecnologías, entrevista a Paula Sibilia”, Poliéticas, marzo, 1994.

 

Gargallo, Francesca, Ideas feministas latinoamericanas, UACM, México, 2004.

 

Morrison, Toni, The Nobel Lecture in Literature, 1993, NY, Knopf, 1994.

 

Segato, Rita Laura, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el árbol 2014.

 

https://elpais.com/internacional/2015/11/25/actualidad/1448461835_727752.html

[1]                      Aventuro una hipótesis, hace unos años, si la editorial Drácena hubiera descrito en un cintillo a la escritora Elena Garro como lo hizo: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges” hubiera sido mucho más difícil convencer a los lectores de que algo de sexismo se colaba en esa descripción. Ahora, las opiniones de rechazo al famoso cintillo, con tantos nombres masculinos validándola, fue cuestionado casi de inmediato.

[2]                      La información fue proporcionada por Adrián Santuario, físico y artista que creo un algoritmo capaz de analizar twits reales. A partir del software Processing y la API de Twitter analizó 183 mil tuits, de los cuales se filtraron los bots y quedaron 78 mil. En esas cifras me basé para la información arriba proporcionada.

[3]                      Programa de la Universidad Nacional Autónoma de México encargado de producir conocimiento teórico en el campo de Estudios de género. Fundado en los noventa, ahora ha cambiado su nombre a Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG).

[4]                      Entidad gubernamental que erradica la violencia en contra de la mujer.

[5]                      Morrison, Toni, The Nobel Lecture in Literature, 1993, Nueva York, Knopf, pp 11.

[6]                      Cfr. https://elpais.com/internacional/2015/11/25/actualidad/1448461835_727752.html. El país, 22 de Abril 2016. Siguen resonando las cifras del 2015 cuando el INEGI aseveró que el 47% de las mujeres mayores de 15 años han sido agredidas por su actual o última pareja. Entre las mujeres de 30 y 39 años, un 68% asegura haber enfrentado un episodio de abuso, llegando al 80% en Chihuahua y el Estado de México. El porcentaje es similar en el rango que va de 15 a 19 años, el 65% de las chicas ha sufrido algún tipo de maltrato físico , sexual o intimidación emocional. Los transfeminicidios van en aumento. Esto sin contar la falta de fe que podemos sentir respecto a estos números, nos queda la sensación de que las cifras son otras.

[7]                      Rita Laura Segato habla de una nueva forma de la guerra en América Latina que se caracteriza por no tener un fin extremo, por no buscar el triunfo sino su mantenimiento. Se trata ahora de proyectos a largo plazo sin victorias ni derrotas en donde los templos de los vencidos no serán destruidos para dar espacio a los edificios de los vencedores. En nuestro continente hoy día cobran vida guerras de tipo no convencional que dotan al espacio de una violencia constante al no ser disputas entre estados (aunque participen efectivos y corporaciones armadas estatales y no estatales). Las nuevas guerras se dan en la informalidad, en el intersticio de la para-estatalidad o esto que es llamado por la autora una “Segunda realidad” que apunta a este proceso de mafialización de la política, efecto de las guerras del para-estado y guerras de los estados con algún vínculo para-estatal. En ese escenario, Segato analiza la relación entre estas nuevas guerras y la violencia en contra de las mujeres y los cuerpos feminizados: el ensañamiento con los cuerpos femeninos ha dejado de ser un efecto colateral en la guerra, para volverse un fin estratégico en este nuevo escenario bélico. La autora nos brinda una hipótesis que nos parece más que sugerente: “lo que se espectaculariza aquí no son la antagonista, la facción sicaria enemiga, sino personas que se encuentran entre el fuego cruzado de la guerra sorda, informal, que se está librando”. Si la Segunda realidad es un espacio que tiene poca operatividad en el terreno estatal, esta autoridad informal, subterránea, tiene límites jurisdiccionales contundentes que supera con una violencia simbólica. En otras palabras, la Segunda realidad tiene a la violencia espectacular como única herramienta para marcar territorio. Cfr. Segato, Rita Laura, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el árbol, 2014.

[8]                      Dillon, Marta, Subjetividad y nuevas tecnologías, Entrevista a Paula Sibilia, Poliéticas, Marzo, 2014.

[9]                      Muchas preguntas hay que hacer en torno a estos medios, no me pronuncio completamente a favor de cualquier causa política iniciada aquí. Es de mencionarse que también son redes que permiten espionaje y han permitido intimidaciones a propósito de los sucesos mencionados. Por ejemplo, el movimiento #24A que se formó posteriormente a la marcha del 24 de abril en contra de la violencia machista ha padecido muchas intimidaciones por estos medios.

[10]                    El escrache es la palabra que se ha usado en Sudamérica para nombrar un método de protesta directa en el que un grupo de activistas buscan en domicilios y lugares de trabajo a la persona que será denunciada. Los escraches comienzan en Argentina en 1995 a propósito de genocidas en el gobierno de Carlos Menem.

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